“La vanidad está tan arraigada en el corazón del hombre, que un soldado, un granuja, un cocinero, un mozo de cordel se alaba a sí mismo y quiere tener sus admiradores; los quieren hasta los mismos filósofos; y quienes escriben en contra quieren tener la gloria de haber escrito bien y quienes los leen quieren tener la gloria de haberlos leído; y yo mismo, que escribo esto, tengo quizás este deseo; y quizás quienes lo lean…”
Pascal, Blaise, Pensamientos, 150 (ed. Brunschvicg).

martes, 12 de agosto de 2014

La muerte: Del pensamiento de la muerte


Del pensamiento de la muerte

     Muy presto será contigo este negocio: por eso mira cómo vives. Hoy es el hombre, y mañana no parece. En quitándolo de los ojos se va del corazón. ¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa lo presente, sin cuidado de lo porvenir! Habías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir los pecados que la muerte. Si hoy no estarás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana? El día de mañana es incierto, ¿y qué sabes si amanecerás mañana?
     ¿Qué aprovecha vivir mucho cuando tan poco nos enmendamos? La luenga vida no todas veces enmienda lo pasado; mas muchas veces añade pecados. ¡Oh, si hubiésemos vivido un día bien en este mundo! Muchos cuentan los años de su conversión, y muchas veces es poco el fruto de la enmienda. Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso vivir mucho. Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte ante sus ojos, y se apareja cada día a morir. Si viste morir algún hombre, piensa que también tú seguirás por ese camino.
     Al llegar el día, piensa que no llegarás a la noche. Y cuando llegare la noche, no te oses prometer de ver la mañana: porque muchos mueren súbitamente. Por eso vive siempre aparejado, y con tanta vigilancia, que nunca la muerte te halle desapercibido; porque vendrá el Hijo de la Virgen en la hora que no se piensa. Cuando viniere aquella hora postrera, de otra manera comenzarás a sentir de toda tu vida pasada, y mucho te dolerás porque fuiste tan negligente y perezoso.
     ¡Cuán bienaventurado y prudente es el que vive de tal manera, cual desea ser hallado en la muerte!
     Ciertamente, el perfecto desprecio del mundo, el encendido deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la buena vida, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, el renunciarse a sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de Jesucristo, gran confianza le darán de vivir bienaventuradamente. Muchos bienes podrías hacer cuando estás sano: cuando enfermo, no sé qué podrás. Pocos se enmiendan con la enfermedad. Y también los que muchas romerías andan, tarde son santificados.
     No confíes en amigos ni en vecinos, ni dilates tu salud a lo porvenir, porque más presto que piensas serás olvidado. Mejor es ahora con tiempo hacer algún bien ante ti, que esperar en el cuidado de otros. Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después? Ahora es el tiempo muy precioso: mas ¡ay dolor, que lo gastas desaprovechadamente, pudiendo en él ganar cómo eternamente vivas! Vendrá cuando desearás un día o una hora para te enmendar, y no sé si te será concedida.
     ¡Oh hermano, de cuánto peligro te podrías librar, de cuán gravísimo espanto, si ahora fueses temeroso y sospechoso de la muerte! Trabaja ahora de vivir de tal manera, que en la hora de la muerte puedas antes gozarte que temer. Aprende ahora a morir al mundo, para que después comiences a vivir con Cristo. Aprende ahora a despreciar todas las cosas, para que entonces puedas libremente ir a Cristo. Castiga ahora por penitencia tu cuerpo, porque entonces puedas tener confianza cierta.
     ¡Oh loco! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro? ¡Cuántos han sido engañados y sacados del cuerpo cuando no lo pensaban! ¡Cuántas veces oíste contar que uno murió a espada, otro se ahogó, otro cayó de alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le vino su fin, uno muere a fuego, otro a hierro, otro con pestilencia, otro a manos de ladrones, y así la muerte es el cabo de todos, y la vida de los hombre se pasa así como sombra!
     ¿Quién se acordará y quién rogará por ti después de muerto? Ahora, ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás, ni qué te acaecerá después de la muerte. Ahora que tienes tiempo, allega espirituales riquezas inmortales y no cuides de nada, salvo de tu salud y de las cosas de Dios.
     Hazte amigo de los santos, hónralos imitando sus obras, para que cuando salieres de esta vida te reciban en las moradas eternas.
     Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra, al cual no va nada en los negocios del mundo. Guarda tu corazón libre y levantado a Dios: porque aquí no tienes ciudad durable. Allí, allí endereza tus oraciones de continuo con gemidos y lágrimas: porque merezca tu espíritu después de la muerte pasar al Señor con mucha honra.

Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, I, XXIII.


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