“Sicut maius est illuminare quam lucere solum, ita maius est contemplata aliis tradere quam solum contemplari” S. Th., II-II, q. 188, a. 6, c.
“La vanidad está tan arraigada en el corazón del hombre, que un soldado, un granuja, un cocinero, un mozo de cordel se alaba a sí mismo y quiere tener sus admiradores; los quieren hasta los mismos filósofos; y quienes escriben en contra quieren tener la gloria de haber escrito bien y quienes los leen quieren tener la gloria de haberlos leído; y yo mismo, que escribo esto, tengo quizás este deseo; y quizás quienes lo lean…”
Pascal, Blaise, Pensamientos, 150 (ed. Brunschvicg).
Pascal, Blaise, Pensamientos, 150 (ed. Brunschvicg).
lunes, 1 de septiembre de 2014
Verdad: Amor y odio a la verdad
“Pero ¿por qué la verdad genera odio? ¿Por qué el hombre que proclama la verdad en tu nombre viene a ser para ellos un enemigo, amando como aman la felicidad, que no es más que el gozo de la verdad? No hay más que una respuesta que ésta: el amor de la verdad es tan grande, que todos aquellos que aman otra cosa quisieran que eso que aman fuera la verdad. Y como no les gusta que les engañen, tampoco les gusta convencerse de que se engañan. Por eso odian la verdad, a causa de aquello que aman en lugar de la verdad. La aman cuando brilla, la aborrecen cuando reprende.”
San Agustín de Hipona, Confesiones, X, 23, 34.
lunes, 25 de agosto de 2014
Vida consagrada: ¿inútil?
No son pocos los que hoy se preguntan con
perplejidad: ¿Para qué sirve la vida consagrada? ¿Por qué abrazar este género
de vida cuando hay tantas necesidades en el campo de la caridad y de la misma
evangelización a las que se pueden responder también sin asumir los compromisos
peculiares de la vida consagrada? ¿No representa quizás la vida consagrada una
especie de «despilfarro» de energías humanas que serían, según un criterio de
eficiencia, mejor utilizadas en bienes más provechosos para la humanidad y la
Iglesia?
Estas preguntas son más frecuentes en nuestro
tiempo, avivadas por una cultura utilitarista y tecnocrática, que tiende a
valorar la importancia de las cosas y de las mismas personas en relación con su
«funcionalidad» inmediata. Pero interrogantes semejantes han existido siempre,
como demuestra elocuentemente el episodio evangélico de la unción de Betania:
«María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de
Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12, 3). A Judas, que con el
pretexto de la necesidad de los pobres se lamentaba de tanto derroche, Jesús le
responde: «Déjala» (Jn 12, 7).
Esta es la respuesta siempre válida a la pregunta que tantos, aun de buena fe,
se plantean sobe la actualidad de la vida consagrada: ¿No se podría dedicar la
propia existencia de manera más eficiente y racional para mejorar la sociedad?
He aquí la respuesta de Jesús: «Déjala».
A quien se le concede el don inestimable de seguir
más de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que Él puede y debe ser amado con
corazón indiviso, que se puede entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos
gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como
puro acto de amor, más allá de cualquier consideración «utilitarista», es signo
de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida
gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo
místico. De esta vida «derramada» sin escatimar nada se difunde el aroma que
llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y
embellecida por la presencia de la vida consagrada.
Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un
despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la
belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de
gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al
conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo.
«Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor
divino, Dios increado, Dios encarnado, Dios que padece la pasión, que es el
sumo bien, le daría todo; no sólo dejaría las otras criaturas, sino a sí mismo,
y con todo su ser amaría este Dios de amor hasta transformarse totalmente en el
Dios-hombre, que es el sumamente Amado» (Santa Ángela de Foligno).
San Juan Pablo II, Vita consecrata, 104.
domingo, 24 de agosto de 2014
Verdad: Amor a la verdad
“Yo he buscado en torno, con
mirada suplicante de náufrago, los hombres a quienes importase la verdad, la
pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas, y apenas he hallado alguno.
Los he buscado cerca y lejos, entre los artistas y entre los labradores, entre
los ingenuos y los “sabios”. Como Ibn-Batuta, he tomado el palo del peregrino y
hecho vía por el mundo en busca, como él, de los santos de la Tierra, de los
hombres de alma especular y serena que reciben la reflexión del ser de las
cosas. ¡Y he hallado tan pocos, tan pocos que me ahogo! Sí: congoja de ahogo
siento, porque un alma necesita respirar almas afines, y quien ama sobre todo
la verdad necesita respirar aires de almas veraces. No he hallado en derredor
sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es,
dispuestas a usar de las cosas como les conviene”.
José Ortega y Gasset (1883-1955).
martes, 12 de agosto de 2014
La tentación: Góngora
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes no toquéis si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que a la aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
manzanas son de Tántalo y no rosas
que después huyen del que incitan hora,
y sólo del Amor queda el veneno.
Luis de Góngora y Argote.
un humor entre perlas destilado
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes no toquéis si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que a la aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
manzanas son de Tántalo y no rosas
que después huyen del que incitan hora,
y sólo del Amor queda el veneno.
Luis de Góngora y Argote.
El hombre: Junco pensante...
“El hombre no es más que un junco, el más débil de la
naturaleza; pero es un junco pensante. No es necesario que el universo entero
se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua basta para matarlo. Pero,
aun cuando el universo lo aniquilara, el hombre sería todavía más noble que lo
que lo mata, porque él sabe que muere y conoce la ventaja que el universo tiene
sobre él; el universo no sabe nada.
Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el
pensamiento. Por éste debemos dignificarnos, y no por el espacio y la duración,
que no podríamos llenar. Por lo tanto, esforcémonos en pensar bien: he aquí el
principio de la moral.”
Pascal, Blaise, Pensamientos, 347 (ed. Brunschvicg).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)